XII PROMOCIÓN MEDICINA UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA

EN EL XX ANIVERSARIO DEL FIN DE CARRERA DE
LA XII PROMOCIÓN DE LA FACULTAD DE MEDICINA
DE LA UNIVERSDIDAD DE CÓRDOBA.

En las Bodegas Campos de Córdoba, a 16 de Enero de 2010

Antonio Jiménez Luna, de la Asociación Cordobesa
de Médicos Escritores y Artistas

Recuerdo como al llegar el final del verano de mis ya lejanos años de adolescencia -que por pura cronología coinciden con los vuestros-, en el corto periodo que se mecía desde mediados de Septiembre -en que todo volvía a su ser- pero los bachilleres aún disfrutábamos de unos días de descanso hasta el inicio de las clases incordiaba a mi madre con mi aburrimiento. Ella, que por mi gesto adivinaba lo que me ocurría antes de que yo se lo dijera, en uno de aquellos Septiembres -ya decantado hacia los estudios de Medicina- me invitó a seguirla hasta la estantería donde guardaba numerosas novelas, y alargando la mano me acercó una conocida novela del género médico, invitándome a leerla -invitación que yo hago extensiva a todos vosotros- “Cuerpos y Almas”, rezaba el título en letras doradas, por Maxence Van der Meersch.

No sé por qué motivo retengo en la memoria su primera página:

"Michel empujó suavemente la puerta de la sala de disección. Era la primera vez que volvía allí después de su regreso del regimiento.
Evidentemente, sus compañeros debían de estar al acecho. Apenas entró recibió en el pecho un hueso al que estaban adheridos jirones de carne humana.
-¡Carniza! ¡Carniza! ¡A la puerta! ¡A muerte! ¡Abajo Michel! ¡Abajo Doutreval! ¡Muera el bisoño! ¡Muera el novato! ¡Carniza! ¡Carniza!

Quizás sea porque la escena allí descrita hacía volar mi imaginación hasta el ya cercano entorno de una atmósfera impregnada en formol, viéndome formar parte de esas clases prácticas de anatomía que tanto misterio y respeto despertaban en mi (y supongo que en todos vosotros). Y aquel ansiado momento llegó, y allí nos encontramos una centena y media de jóvenes, con toda una vida por delante y un montón de proyectos para ir llenando nuestras vacías alforjas.

En una de las primeras clases teóricas, mientras intentaba hacer entrar en nuestras dormidas neuronas la estructura de las inmunoglobulinas en cadenas pesadas y ligeras el Prof. Santamaría dijo literalmente:

“Cuando vosotros hayáis acabado la carrera de Medicina” -frase que el auditorio interrumpió con una carcajada unísona que recorrió el aula desde la primera a la última fila- continuó cuando el silencio reinó de nuevo, “para lo que queda menos de lo que os podáis imaginar”

Cuando rescato aquella anécdota del arcón de la memoria no puedo sino reconocer cuanta razón llevaba.

Día tras día, con las enseñanzas de nuestros profesores fuimos aprendiendo las complejas estructuras del “Humani corporis fabrica”, sus tejidos, su funcionamiento, su modo de enfermar, el arte de descubrir el escondido mal que desasosiega al hombre, la interacción con minúsculos e invisibles seres que nos rodean, las propiedades curativas de cientos de drogas, las enfermedades de los variados aparatos y sistemas que integran la compleja máquina humana, enfermedades de la mujer, de los niños, o el enfermar de la mente. Está escrito en el Juramento Hipocrático “A aquel quien me enseñó este arte, le estimaré lo mismo que a mis padres”, y siendo de bien nacidos el ser agradecido, 20 años después desde aquí agradezco a ellos su abnegada labor.

Y así, los componentes de esa centena y media de jóvenes compartimos en un aula seis intensos años de esforzado estudio, alegrías, fracasos, goteras, amores y desamores.

Y acabados aquellos seis años en común cada uno tomó su camino y su destino, (que yo no sé si está en algún papel escrito o Dios nos lo tiene preparado, o el destino es el destino a secas y no entiende de papeles ni de dioses, aunque lo más cierto va a ser que ese destino lo va labrando cada uno día a día a base de elecciones y renuncias, unas veces acertadas y otras equivocadas, pero de las que se aprende siempre ).

Los más, entre los varones, le regalamos un año a la madre patria, a su himno y su bandera, y todos, antes o después, nos dedicamos uno, dos o tres años a preparar el famoso MIR, en el que ya comenzábamos a pensar incluso ante del fin de la licenciatura y que en aquella época –nada que ver con lo de hoy- tenía más de 7 candidatos a cada plaza-. Y tras 3, 4 ó 5 años de formación especializada –todavía quizás más intensos que los anteriores- conseguimos ser internistas, traumatólogos, anestesistas, oftalmólogos, otorrinos, rehabilitadotes, ginecólogos, médicos de familia, hematólogos, neumólogos, psiquiatras, patólogos, cirujanos, pediatras, oncólogos o cardiólogos y comenzamos una aventura médica eminentemente asistencial que en los mas precoces en comenzar la residencia ya ha cumplido veinte años, marcada e gran parte por la escasa oferta de empleo que obligó a muchos de nosotros a cambiar de ciudad, provincia, región y hasta de país.

Cantaba Gardel en “Volver” que “veinte años no es nada”. Pero veinte años son muchos, para llenar la vida de cualquiera de algunos malos momentos, bastantes momentos difíciles y muchos momentos buenos. En estos veinte años hemos perdido a familiares queridos cuya participación en nuestro futuro profesional fue fundamental, ya sea por aquello de la devoción a la Medicina y continuación de la saga familiar, por el simple hecho de correr con los gastos económicos de nuestra licenciatura o por ambas cosas. Vaya para todos ellos nuestro más sincero y más emocionado recuerdo. Nos hemos metido hasta el cuello (unos hasta la C7 y otros hasta la C1) en la primera (y algunos) la segunda hipoteca, hemos hecho cientos de guardias, de noches durmiendo fuera del calor del hogar, hemos esperado años y años a que el sistema sanitario público convocara oposiciones –para ellos si parece que veinte años hubieran sido pocos-, y algunos hemos sumado miles de kilómetros en carretera con algún susto sobre el asfalto, o hemos convertido el tren de alta velocidad en nuestra segunda casa.

No hay que decir que los buenos momentos vinieron de la mano de los hijos, que son en definitiva el motor que nos mueve para afrontar cada nuevo día que amanece.

Y si miramos a nuestro alrededor podremos ver como estos veinte años han cambiado nuestra ciudad, nuestro país o el mundo en que existimos. Córdoba ha cambiado de forma espectacular para quien lleva años sin visitarla (no busquéis el viaducto del Brillante), hemos estrenado puentes de más que discutible gusto estético, pero aquí seguimos tras veinte años sin un digno Palacio de Congresos en que celebrar nuestras reuniones científicas y sin un aeropuerto operativo, salvo que alguien haya venido en avión y yo lo desconozca.

Cuando estudiábamos la carrera y en los años posteriores el terrorismo golpeaba con fuerza a la sociedad española y aunque parece vislumbrarse su esperado final 20 años han sido pocos para acabar con ellos.

Justo al acabar la Licenciatura veíamos caer el muro de Berlín y hemos visto desgraciadamente levantarse el muro del terrorismo internacional y como dos aviones de pasajeros secuestrados por unos fanáticos derrumbaban dos inmensos rascacielos en el centro de la isla de Manhattan, mientras mirábamos al televisor y nos frotábamos los ojos, presos de la incredulidad .

Hemos visto morir a Juan Pablo II, Camilo J. Cela, Teresa de Calcuta, Luciano Pavarotti, Paul Newman, Rafae lAlberti, Michael Jackson, Paquirri o José Luis López Vázquez y tantos y tantos otros que por uno u otro motivo nos marcaron en estos años.

Y hemos visto dos hechos que son fundamentales en la conformación del mundo actual; la telefonía móvil y la revolución informática con Internet a la cabeza, sin los cuales reunir a tantos de vosotros hubiera sido muy difícil

Hace unos 25 años conocimos el primer teléfono móvil, que nada tiene que ver, ni en el tamaño ni en el precio con el que ahora todos portamos en uno de nuestros bolsillos y hace 20 años (yo personalmente) huía ante el ordenador al ver un sistema operativo MS-DOS sin iconos, que sólo mostrada un comando C:/ en blanco y una pantalla en negro hasta que Apple y Microsoft nos facilitaron el uso de los ordenadores personales.

Hacia el mes de Abril del 2009 en el Hospital de Pozoblanco surgió entre tres componentes de esta promoción (Beatriz Mellado, Chon Jorge y yo) la idea de intentar reunir a esta XII Promoción de Medicina de la Universidad de Córdoba, ahora que la plantilla aún está completa. Usamos la telefonía móvil, nos saltamos la LOPD con un buen fin, buscando números de teléfono en las bases de datos del sistema sanitario y usamos los buscadores de internet (con la inestimable colaboración de nuestra familias a las que robamos parte del tiempo libre) para conseguir reunir aquí hoy, entre estas paredes cargadas de historia y entre estas botas en las que duerme el mejor fino del mundo a la mitad de esa centena y media de amigos que al igual que Michel Doutreval, el protagonista de la novela “Cuerpos y Almas” en Octubre del año 1983 entraron por primera vez en una sala de disección anatómica.

A todos los que vinisteis, más de veinte años después de aquella acto de Licenciatura, para compartir un día de amistad y compañerismo, en particular a quien lo hizo desde miles de kilómetros como Julia Ramírez y a quien como Lourdes y Juan por unas horas se sobrepusieron al dolor, nuestro más sincero agradecimiento.